No
conseguía ver bien la cerradura de la humilde vivienda de Ashfield.
Hubiese jurado que guardaba una copia de la llave en un arbusto
cercano a la entrada, pero había tenido que buscar en un cuadro de
luces que habían instalado a la derecha de la puerta recientemente.
La
madera se quejó con un crujido sordo y roto, mientras el olor a
polvo me daba ganas de estornudar. Aquella no parecía mi antigua
casa, y dejó de parecerlo cuando encendí la luz y pude ver todo lo
que no había dejado allí.
La
madera de los muebles estaba podrida y las tablas del suelo crujían
al pisarlas. Todo estaba cubierto por una capa de polvo, haciéndome
sentir aún más como un extraño en aquel lugar. No parecía que
hubiesen tenido que abandonar la vivienda con prisas, ya que no
quedaba ropa, libros ni ningún otro bien personal. Sólo podía
apreciarse el silencio que rompía de vez en cuando una serie de
pasitos de algún animalillo que viviese entre los restos.
Aquella
ya no era mi casa, y no podía dejar a una dama dormir allí, aunque
hubiese intentado matarme.
Vivian
me esperaba junto al umbral de la puerta, esbozando media sonrisa.
Parecía saber algo que yo no sabía, y estaba empezando a ponerme de
los nervios. Ni siquiera le contesté que no podíamos quedarnos
allí, aunque mi cara de decepción hablase por sí misma.
Como
era tarde y no había mucha gente en la calle, me ahorré los ''
reencuentros ''. Seguía sin saber si había vuelto, o si tan sólo
nunca me había ido. Decidí no pensar en todo aquello hasta que el
Sol no hubiese salido de nuevo.
Ni
siquiera miré a la cara al dueño de la posada mientras pedía un
par de habitaciones. No llevaba mucho dinero, pero no podía
compartir habitación con una desconocida. Y mucho menos estando
casado... seguramente.
No
me gustaba nada ver Holyfield de día. Yo andaba ensimismado en mis
pensamientos, y no caí en la cuenta de que Vivian estaba
extrañamente callada desde la noche anterior. Me miraba de reojo, y
no había rastro de su eterna sonrisilla. Después de darse un baño
y con el sol de cara, parecía mucho más radiante que la noche
anterior.
- Tenemos que ir a la capital – solté de golpe-. No puedo saber nada dentro de este pequeño...sitio.
- Ni siquiera me has dicho cómo te llamas – me contestó en voz baja -. No sé por qué estás tan mosqueado con todo el mundo... ni siquiera estoy segura de porqué te sigo.
- Ah, eso... - me quedé en blanco. Me quejaba de su silencio y yo apenas le había dicho nada sobre mí- Soy Derek, y nací aquí en Holyfield hace unos veinte años. Vivía en aquella pequeña granja donde nos encontramos ayer y... no sé el resto. Te lo contaré cuando sepa lo que ha pasado, porque no tengo ni idea.Ella se encogió de hombros, conforme, y volvío a sonreír. La verdad es que era bastante mona.
- ¿Cómo has pensado que nos apañaremos para llegar hasta la capital? Ni siquiera tenemos un caballo...El mundo real me cayó encima como una piedra gigante. No lo había pensado, y ni siquiera tenía dinero para alquilar dos habitaciones diferentes una noche más.
- Apañaremos algo, seguro que conozco a alguien en la taberna que pueda echarnos una mano...
Y
recé porque así fuera mientras escrutaba las caras de la gente que
estaba allí sentada. Había pasado un tiempo, pero aquellos eran
completos desconocidos, a excepción de un par de caras que me
resultaron ligeramente familiares.
Me
acerqué a ellos, temeroso, pero por su interrogante mirada pude
saber que lo mejor sería volverse. Llevaba el pelo suelto y no me
había afeitado en unos días, pero me habrían reconocido de haber
sido vecinos míos en alguna ocasión.
- ¿Vas a tomar algo, encanto? - evidentemente, era a mí.
- Sí, por supuesto, algo de Vodka servirá...- contesté con vagueza- ¿Vivi?Ella entró, obediente y roja como un tomate. Le había pedido por favor que esperase fuera, por los prejuicios que pudiese acarrear que me viesen entrar a solas con una chica, pero tampoco era problema después de ver mi fama en aquel lugar.
- Tomaré absenta, sin agua ni azúcar – aunque parecía avergonzada, no dudó en pedir lo más fuerte que había en el almacén.Abatido, me senté mientras nos servían las copas. No tenía ni idea de qué era aquello de la absenta, seguramente algún tipo de licor extranjero.
- Eso es ajenjo – aseguré sin estar totalmente convencido -. ¿No lo prohibieron hace años?
- Claro, pero ahora vuelve a ser legal – se rió, dandole un sorbo -. Y no seas abuelo, ahora se llama absenta.- Es ajenjo, criatura del diablo. No sé cómo puedes beberte eso y tener voz de niña pequeña... - dejé el vaso vacío de un golpe mientras los hielos bailaban tintineantes por el vidrio – Ponme una como la de la señorita. Y, perdone... ¿sabría dónde puedo conseguir un caballo?
Un
viejo tuerto que me miraba desde una mesa cercana me puso los pelos
de punta. Se reía a carcajadas mientras mordisqueaba un palillo.
- Tengo un ejemplar de primera, español. ¿Traes algo de dinero? -éste sí parecía haber bebido tanto licor que la voz salía de forma poco continuada. El graznido de un cuervo sonaría más humano que la pregunta que acababa de hacerme.
- Lo suficiente para pasar la noche, me temo que no podré comprarlo...por ahora. ¿Necesita ayuda con algún tipo de trabajo? - sonaba desesperado, pero así era precisamente como me encontraba.
- Nada de eso, pequeñajo – se reía y me enseñaba cuantos dientes le faltaban por caerse... no muchos-. ¿Sabes jugar al póker?
- No puedo decir que no me guste, señor – reconocí, sentándome en frente de él. La rechoncha camarera me sirvió una pequeña copa de ajenjo con algo de agua y nada de azúcar-. ¿Piensa apostar un ejemplar tan bueno contra unas pocas monedas? No me gustaría llevarme sorpresas.
- A decir verdad, me lo jugaría por el placer de tener un buen rival por una vez. He visto en tus ojos la templanza de un auténtico spotter.* ¿Qué tal si calentamos un poco primero? - sacó de un bolsillo de su vieja chaqueta verde una aún más antigua baraja en malas condiciones. Apenas parecía que fuese a aguantar un par de partidas.
Dobles
parejas. Nada demasiado emocionante.
Dejé
mis cartas sobre la mesa y me planté. Intenté hacerlo con
serenidad, pero haber estado tantos años sin jugar había hecho
mella en mis nervios.
El
viejo tenía un Color.
Yo
no conocía esa mano, pero lo atribuí al fuerte acento europeo del
buen señor y las costumbres de jugar por allí. Según me contó, se
situaba entre el Trío
y
la Escalera.
Pude notar un leve tinte de decepción en sus pequeños ojos grises.
- No más de 6 dólares** , ya sé que no es mucho...
- Olvídalo, con eso iremos bien – el hombre reía entre dientes mientras hacía girar la ficha del Dealer entre sus dedos – Mi Apolo contra tus 6 dólares, ¿trato?
- Por supuesto, será una buena compra.
El
roce de los naipes contra la madera me ponía bastante nervioso.
- Flop – canturreó Vivian desde la barra. Tenía la esperanza de que ella pagase todo lo que estaba bebiendo, o tendríamos que vender el caballo para no endeudarnos.Pedí dos. En esta jugada, conseguir una mala mano era como no conseguir nada, así que no me quedaba otra que arriesgarme.
El
viejo se había apagado de repente. Parecía decepcionado, o
concentrado en convertirse en un muro de hielo que no me dejase leer
ni uno de sus pensamientos. Se repartía las cartas como si le fuese
la vida en cada una, y las mías las dejaba cuidadosamente junto a
las monedas que había apostado.
- ¡Turn! - Vivian me preocupaba. A este paso, tendríamos que pasar otra noche en el pueblo antes de poder salir, pero no podía echárselo en cara... ella ni siquiera tenía un motivo para estar allí.Volví a pedir dos. Necesitaba un dos. El dos de diamantes. Al menos tenía la seguridad de que él iba buscando cartas altas, porque no tapaba la parte superior del naipe cuando las cogía.¡Genial! Póquer. Tenía que presionar para que él se plantase, o simplemente confiar en que su mano no fuese exageradamente buena. Había tenido suerte, y estaba agradecido al cielo por ello, pero no podía confiarme.
- ¿Listo para mostrar tus cartas? Aunque, bien pensado... - colocó una bolsa sobre la mesa con un ruido tintineante- esto podría interesarte.
- No llevo nada más, creo que la apuesta anterior era justa y ambos estábamos de acuerdo.
- No es por lo que lleves, mocoso... - se reía de forma enfermiza, y estaba manchándose el cuello de la camisa con su propia baba- una noche con tu amiguita es todo lo que quiero. Ni siquiera voy a pedirte los seis dólares. ¿Qué me dices?
- No puedo...
· ¡Sí que puedes! - Vivian me cortó, apoyándose en mi hombro. Si en algún momento había estado ebria, era ahora- Tienes que conseguir volver a casa~
Tenía confianza en ganar, pero... ¿y si tenía una escalera de color? Traicionaría a mi compañera y me quedaría allí para siempre. Pero tampoco podía rechazarlo.- Esta
bien. Enséñame lo que tienes – chillé, volteando mi mano.
Di una vuelta por el pueblo, pero no encontré ninguna cara familiar que me reconociese. ¿Qué había pasado allí?
*
En el siglo XIX y principios del XX, los spotter
seguían
siendo legales. Consistía en calcular el número de cartas y su
tipo que quedaban en la baraja, y basar tus jugadas en las
probabilidades que esto conllevase.
**
El dólar lleva en circulación desde 1792, pero antes el valor de
uno sólo de los verdes americanos era notablemente mayor al actual.
Una buena montura estaba valorado en unos 25 dólares.
0 Comentarios:
Publicar un comentario