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Chocolate & Honey (IV): Bonds

Se me empañaron los ojos al ver aquellos muros de roca, tan altos como alcanzaba la vista. Me recorrían escalofríos mientras paseaba la vista por el contorno de cada uno de los bloques sólidos que los conformaban.

Estaba en casa.

Como suponía, llegábamos en día de mercado. Había señoras con cestos que se sorprendían de ver que alguien llegaba en caballo por la puerta principal. Aunque fuese la capital, no recibían una gran cantidad de invitados, y mucho en menos en un época de temperaturas extremas como aquella.
Todo aquello me traía muchos...¿recuerdos? Tampoco quería pensar mucho en ello, no merecía la pena. Apolo parecía intranquilo entre tanta gente, así que decidimos dejarlos al cargo de algún pobre diablo (no sin a cambio entregar un par de monedas) y continuar en solitario. No podía esperar a colarme en el castillo (porque supuse que no podría alegar que padecía una enfermedad mental y quería asegurarme de que todo estaba en orden... aunque merecía la pena intentarlo).

Antes, había recuperar algo de fuerzas.
Entramos en una oscura taberna que olía a tabaco y sangre. En la expresión de Vivian se leía su desagrado por el lugar, aunque estaba acostumbrada de sobra a pasar día en noche en lugares como aquel, buscando a hombres lo suficientemente borrachos como para no saber si su billetera seguía encima de la mesa.

- ¿Habéis oído las noticias? -un grupo de hombres que compartían una densidad muy elevada de bigote se reían mientras sorbían una jarra medio llena (o medio vacía) de cerveza- Dicen que se va a casar. ¡Si sólo es una chiquilla!

Genial, la hija de un amigo suyo estaría en las vísperas de su boda... ¿y qué? No es como si se casase...

- ¡La reina! -el camarero, larguirucho y de labios muy finos parecía sorprendido gratamente - No es tan joven... yo incluso diría que casi se le pasa el arroz. Cumplió los treinta y tres este verano, ¿no? Con esa edad, ya debería tener un crío.

- ¿Y-- quién es el afortunado? - intenté adoptar un tono jovial mientras me colaba en la conversación. Por sus miradas, supe que me matarían sólo con escupirme, pero me mantuve firme.

-  Un muchacho bien grande de las costas del norte, ya había venido un par de veces, pero no pensábamos que fuese nada serio. ¡Seguro que lo celebran bajando los impuestos! - la gente parecía bastante interesada en su propio beneficio, pero en fondo se alegraban un poquito.


Pagué sin hacer cuentas y salí corriendo sin terminar mi consumición. No tenía tiempo que perder, y mucho menos allí.

- ¿Vivian? ¡Vivian!
Genial. Otro conocido, otro contratiempo. Di a entender a mi compañera con la mirada que iría solo, y subí tan rápido como pude la escalinata que llevaba a la puerta del inmenso castillo.

- Oh... Edward - Vivian no parecía muy contenta de verle, fuese quien fuese.
- Hija mía, no me llames por mi nombre. ¡Cuánto tiempo...! - su pequeña rechazó el abrazo apartándose, lo que hizo trizas el corazón del recién llegado.
- No tengo ni un solo minuto para ti. Vuelve por donde has venido.
- No lo entiendes, Vivi... aquel proyecto en el que me embarqué fue de maravilla. ¡Me he convertido en unos de los hombres más ricos de la ciudad! Ahora sólo quiero...
- Enhorabuena, con ese dinero podrás comprar una nueva familia. Vete, por favor.
- ¡Déjame hablar! Ahora sólo quiero volver con vosotras y haceros felices. Pienso dejar el trabajo mañana mismo y dedicar el resto de mi vida a mi familia.

Vivian no supo cómo contestar a eso. Le temblaba el labio inferior, pero supo contenerse mientras contestaba. No quería mirarle a los ojos para no caer presa de la melancolía olvidada años atrás.
- No necesitamos a un perro cobarde como tú. Puedes conservar tu trabajo, porque es lo último que te quedará - y sin decir una palabra más, se perdió entre la masa de gente que abarrotaba el mercado aquel día.

Inventar una excusa hubiese sido demasiado trabajo, así que me limité a correr abriendo puertas y buscando a Su Majestad por donde pude. Los guardias no eran de la mejor calidad, así que no me resultaba muy difícil darles esquinazo cuando se despistaban un poco.
Esperaba alguna de esas inspiraciones divinas que uno tiene en momentos de peligro, pero sólo podía abrir puertas y más puertas intentando dar con la acertada lo antes posible.

El castillo era alto, así que decidí dejar la planta superior para el final. Sabía que estaría allí, pero no podía dejar algún hueco sin explorar antes, sólo por precaución.

- ¡Su Majestad! - exclamé, entrando en la sala. El cansancio me hizo caer sobre mis rodillas en una improvisada reverencia- Vengo a verle. Tengo un mensaje de su primo, el rey de...

- No tengo primos - su voz sonaba elegante y tentadora. Sonaba como la mujer que realmente sabe de qué habla y ha leído y vivido infinidad de cosas- ¿quién eres?

Levanté la visto, temeroso de lo que pudiese encontrar... y allí estaba. Era diferente a cómo la recordaba, pero dudar que era ella habría sido imposible.
Le caía el pelo liso alrededor de las caderas, liso y oscurísimo, resaltado por los miles de reflejos que le arrancaba la lámpara de araña del techo. Vestía un vestido dorado que llegaba hasta sus tobillos y brillaba con luz propia.
Era realmente preciosa, y maldije a ese maldito hombre grande del norte que se la llevaba para siempre.
Me atreví a mirarla a los ojos. Esos que tenían color de... ¿¡ Miel !?
Y entonces entendí gran parte de las cosas que pasaban, pero no porqué ocurrían. Aquella era mi Reina, mi vida... pero no la que había estado pensando ese tiempo.

- Luna- la llamé, con un hilillo de voz -. Soy yo, papá.

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